viernes, 13 de mayo de 2011

Fácil

Tan simple es decirte lo lindo que te ves
Tan fácil es contarte los lunares de tu sien
Tan sencillo fue descubrirte parado en tus pies

Tu presencia en todo el mundo
Tu encanto por doquier
Y es tan fácil alumbrarse con tus ojos de miel



miércoles, 11 de mayo de 2011

Marisa y el hombre imaginario

Camina por la avenida apretando los dientes, recordando detalles de esos días inusuales que ha vivido. Camina a un ritmo ligero pero sin prisa y sin compromiso. Su ropa colorida suaviza  la tiesura de su rostro. Lleva en su cartera todo lo que necesita, un cepillo de dientes, espejo, lápiz, entre otras cosas. Es precavida pero indecisa, tanto que aún no logra deducir cuál es su pasión, sin embargo le va bien trabajando como secretaria en una galería de artes.
A Marisa le gustan las plantas y los animales, con cierta preferencia hacia los gatos, mas, en su pequeño departamento no hay presencia de alguno de esos especímenes, haciendo de su casa un lugar carente. Sin embargo, desde hace algunos meses, 5 ó 6 más o menos, la casa dejó de ser tan solitaria, ya que Marisa decidió compartir diariamente la cama con su novio Pedro. Una decisión bastante determinante para ella, pues es meticulosa con sus decisiones y además nunca antes había planeado formalizar una relación amorosa. Marisa ya había escuchado muchas historias pasionales que acababan en dolor y traición, por lo que ella actuaba de forma cautelosa ante las peripecias del amor. No ha conocido muchos torsos masculinos desnudos, pero eso no es algo que la aflija. Marisa se distrae con poesía y arte, y como arte sabe apreciar la belleza masculina.
Fue Pedro quien se animó a dar el salto y puso punto final a tanto coqueteo. Marisa lo aceptó sin muchos titubeos. Para ella, Pedro es el hombre de sus sueños. Es tranquilo, bohemio, con estilo, le gusta la música clásica como a ella y ambos disfrutan quedar tirados en la cama después de hacer el amor, mirándose a los ojos hasta dormirse. De vez en cuando, les gusta salir a caminar sin rumbo alguno y contar cuantas palomas hay en la plaza. Marisa se enamoró de Pedro apenas lo vio. Pero hace unos días atrás, Marisa creyó que eso había cambiado, creyó que Pedro ya no era único.
Todo sucedió cuando él tuvo que hacer un viaje de negocios, debido a que la aseguradora en donde trabaja, estaba abriendo otra sucursal y era el responsable de organizar y hacer las selecciones definitivas del personal nuevo. Como a Marisa no le gustaba acompañarlo a esos viajes, había decidido quedarse y participar de unas reuniones sobre Yoga, pensando que, quizás, la ayudasen a encontrarse consigo misma y decidir su vocación.
Se despidieron fervientemente y se separaron a duras penas. Al otro día, Marisa llegó temprano al hotel donde se realizaban las charlas. La primera de la mañana trataba sobre los mantras y Marisa aguantó unos 15 minutos escuchando cantar a los participantes. Cuando estaba a punto de dormirse, salió a respirar un poco de aire fresco y húmedo. Le extrañó ver un hombre, unos 20 años mayor que ella, fumando en el césped, mirando el lago a lo lejos. El hombre sintió la mirada fija de Marisa y para cortar cierta incomodidad se disculpó por el cigarrillo diciendo:
-          Disculpa por el humo, pero no aguantaba más estar allá dentro, tuve que salir a fumar. Mi mujer me mando acá para que lo deje, pero la verdad, yo vine a descansar. Y fumar me relaja.
Marisa le sonrió cómplice, le había parecido un hombre muy atractivo.
Ese día, después de varias charlas, la concurrencia salió a cenar con el fin de conocerse más, ya que la mayoría provenían de otras ciudades y se hospedaban en el hotel. Fueron a un restaurant bastante elegante, donde comieron vegetales condimentados  y bebieron tés de varios tipos. Algunos de los concurrentes eran yogis de verdad, otros estaban comenzando; otros, como Marisa, iban a distraerse tratando de buscar el rumbo de sus vidas, y otros, como aquel hombre, fueron a descansar.
Al siguiente día, Marisa preparó café para llevar al seminario, pero la monotonía de los discursos inducía a un sueño capaz de superar cualquier efecto de la cafeína. Tuvo que salir de esa sala viciada. En el patio se volvió a encontrar con el fumador compulsivo, se sonrieron e iniciaron un dialogo estructurado. Marisa supo que su nombre era Iván y que trabajaba como arquitecto hacia más de 15 años. Iván hablaba utilizando palabras delicadas pero precisas, con cierto aire a profesor, movía las manos en círculos, únicamente cuando quería dar los detalles sino las guardaba en los bolsillos. Su aliento a tabaco ocultaba cualquier perfume que pudiera tener. Vestía como hombre de edad avanzada, camisetas blancas, zapatos negros, pantalones de vestir y peinado al costado. Marisa se sentía admirada por tanta elegancia sobresaliendo de esa vestimenta sin gracia, principalmente cuando hablaba con alguna dama. Iván era muy seductor y Marisa se vio tentada a escuchar frases de elogio.
Después de dos días de vanas presentaciones ascéticas, de oír una voz masculina loar a su oído y ver como compartía el sonrojo con otras mujeres, Marisa comenzó a sentir una leve quemazón en el pecho cada vez que veía a Iván acercarse. Lo cual lo hacía con frecuencia, pues él la encontraba atractiva a pesar de sus pequeños pechos, percibía en ella una sensualidad oculta en esas curvas poco pronunciadas y le gustaba hacerla ruborizar. Marisa sabía controlar sus movimientos, pero no el corazón. Ella sabía que estaba entrando en un territorio peligroso, sobretodo porque Pedro no la había llamado e Iván la adulaba con un lenguaje sutil y por momentos, con doble sentido. Marisa sintió deseos de abrazarlo fuerte y quedarse así por un buen tiempo. Ella había encontrado seguridad detrás de esas palabras embrolladoras y delicadas, había visto más allá de las miradas profundas de Iván, y esos cabellos blancos que se asomaban entre los castaños le daban serenidad. Marisa estaba confundida, por un lado se encontraba Pedro, el hombre que la ama, y por otro, Iván, de quien tenia fantasías armadas acerca de su cotidianeidad.
Las charlas, los cánticos y posiciones incómodas habían llegado a su fin. Muchos se sintieron satisfechos con la encuentro de yoga, excepto aquellos que quedaron doloridos con las posiciones extremas. Marisa no había participado de todas, prefirió conversar con Iván sobre las estructuras de edificios, decoración de interiores y muchas otras cosas irrelevantes.
En el camino de retorno, Marisa llevaba una opresión en el pecho, hubiese querido apoyar sus labios sobre los de Iván. Él la había despedido con un beso profundo sobre su mejilla recordándole lo linda que la encontraba. Marisa llegó a su departamento, se sacó los zapatos y se recostó en la cama que aún estaba fría, porque Pedro no había regresado aun. Había vuelto con más dudas que con las que había ido. Miraba al techo y una tímida lágrima se escapó de sus ojos, pensaba en él, Iván. A ella le hubiese gustado descansar en sus brazos peludos y sentir sus dedos deslizarse en el pelo. Quedarse así por mucho tiempo…una eternidad, tal vez. Apenas si recordaba el rostro de su novio, pero sabía bien como eran las muecas de Iván, con que intensidad le brillaban los ojos, cuál era el timbre de su voz, cómo se torcían sus labios cuando reía, y cómo se arqueaban las cejas cuando coqueteaba. Marisa quería dormirse sobre su pecho, y ni siquiera sabía cuál era la distancia entre sus tetillas, ni cuan profundo era su ombligo y sin saber si tenía alguna cicatriz. Quería refugiarse en él sin siquiera conocer el enredo de sus vellos ni el tamaño de sus pies, sin saber cuan ásperas son sus manos y como le gusta el café de la mañana.
Marisa siempre ha sido fiel, pero más que por respeto a su pareja por no ser hipócrita a su estado social y a ella misma. Se negó a cualquier tentativa de traición, sin embargo le hubiese gustado saber si la boca de Iván tenía sabor a tabaco y rudeza, si sus mejillas eran suaves y si su mentón era tan duro como parecía.
Lloró por la impotencia que el destino le proporcionaba. Ella en una cama solitaria, él regresando con su mujer e hijos y Pedro que no llegaba. Tanto sentir sin sentido. Le ardía el pecho, se le hacía un nudo en el estómago y su llanto fue más profundo hasta que se durmió. Soñó con aquel hombre que la sedujo con su presencia, que la sedujo desde el momento que lo vio parado en el infinito. Se durmió amando a un hombre que no existe, que era parte de una alucinación que se aprovechó de su susceptibilidad. Lloró en sus sueños por no poder tocar a ese hombre imaginario. Lloró por la ambigüedad de toda la historia.
Despertó por un beso en la frente, era Pedro quien había regresado. Marisa nunca se sintió más aliviada al ver que podía tocarlo. Pedro se acostó a su lado y la acarició hasta que Marisa volvió a dormirse sonriendo. Podía sentir el cuerpo de Pedro apoyarse en el suyo y fue un arrorró.  
Hoy camina por la avenida recordando los detalles de ese pasado reciente, que aun no discierne si fue verdad o no, o si, simplemente fue un sueño. Recuerda las lágrimas, la seducción y el beso de Pedro. Recuerda un señor elegante, seductor y el beso de Pedro, pero no recuerda con exactitud los fragmentos de los días pasados. Es como si todo fue un sueño. Camina a paso ligero, con sus colores vivos, riendo de lo cretina que puede ser la vida. Es un hombre real quien la abraza por las noches, es Pedro su amor palpable, su cable a tierra y su escalera al cielo.
Aquel hombre imaginario le despertó otro sentir. Nunca creyó que podía encantarse por alguien que recordaría como un sueño. Nunca se hubiese imaginado que tanta impotencia pudiera arder, nunca pensó que una alucinación pudiera confundirla aun más y desear recostarse en una “imagen”.
No sabe si aquellos días realmente ocurrieron, o no; sólo sabe que al llegar a su casa se dormirá en los besos verdaderos, tangibles y dulces de Pedro.

sábado, 7 de mayo de 2011

Agua distancia

Agua distancia
La distancia, como agua que diluye la tinta.
El azul marino profundo se convierte en azul claro.
Y yo, diluida en la distancia, soy sólo yo, más débil.
       Sigue siendo el azul marino ese azul claro en el agua;
       Como yo que sigo siendo yo…pero diluida

jueves, 5 de mayo de 2011

Verde

Verde el mar

Verde el árbol
Verde la fruta
         y no la puedo comer

Verde la creación
Verde la sensación
Verde el amor
         que lo siento crecer

Verde azul el mar
Verde azul tu mirar
Verde y azul
         lo que sé contemplar





         

El Cantante

Conocí una vez un cantante que entonaba canciones de otros. Canciones de autores conocidos y no tanto. Lo hacía de un modo que nadie jamás podría igualar, inclusive mejor que el propio autor. Podía cantar desde una guajira a un tango, desde rock metálico a bolero. Solía autodenominarse como “versátil” para la música. Lo único que no podía hacer, era escribir sus propias canciones. Y no es que no supiera escribir, era que no sabía expresar sus sentimientos en papel.
Un día, después de bajarse del escenario, donde interpretó a Louis Amstrong, le dije, con intención de alagarlo, que debería cantar canciones de propia autoría. Me miró como si lo hubiera insultado, me preguntó si no me había gustado el show, que podría dejar de acompañarlo si fuera así. Quedé estática.
- No fue eso lo que quería decir. Todo lo contrario. Me parecés un excelente cantante, pero me gustaría escucharte cantar algo que hayas escrito vos. Sólo eso.
Simplemente hizo como si no hubiera entendido ninguna palabra de lo que dije, se dio media vuelta y continúo saludando al público.
Por un tiempo me pregunté cuál era la razón de que no escribiera sus propias letras y porqué se había enojado tanto esa vez del “tributo al jazz”. Después olvidé el asunto y no volví a cuestionar. Sin embargo, de vez en cuando me miraba como si lo estuviera juzgando, como si lo hubiera lastimado. Nunca dijo nada, y más allá de esas miradas, nuestra relación seguía como siempre.
El primer día que nos vimos, yo estaba tomando un café en la confitería de mi nueva ciudad, tratando de organizar mi agenda de viajes. Ese año había sido muy ajetreado, y por eso había decidido instalarme un tiempo más en esa ciudad-pueblo. Yo estaba sentada en la mesita de afuera cerca de la entrada, sumergida en papeles de diarios y mi agenda cuando él entró en la confitería con aire de estrella de cine, y no era para menos, todos los clientes y empleados lo saludaban y felicitaban por algún show al que habían asistido. Yo lo miré indiferente, me pareció un tipo rudo y de mal gusto para la ropa. Seguí con mis cosas, hasta que un charco de café cayó sobre el diario donde tenia marcado algunos clasificados. Camilo, así es su nombre artístico al cual aún no le encuentro el fenómeno, no había visto el desnivel de la entrada. Se dobló el tobillo derramando su café cortado y sin azúcar sobre mis hojas. Después de 5 minutos de disculpas, me invitó unas medialunas y se sentó a charlar conmigo, para “conocernos”. Me contó donde vivía, de porqué la clientela lo saludaba con tanto énfasis y me invitó, como acto de bienvenida, a un recital que daba el sábado en el teatro de la ciudad a las 21 horas. Conversamos por unas dos horas, nos reímos mucho y entonces dejó de molestarme el pelo engominado que estilaba usar.
Así comenzó nuestra amistad, yo lo acompañaba de un recital a otro, de una velada elegante a un antro de la ciudad y él, escuchaba mis quejas cada vez que era despedida de algún empleo, ya que nunca fui buena para recibir órdenes.
Camilo era conocido por todos, inclusive en las ciudades vecinas, a las cuales había visitados contadas veces. No le gustaba viajar, todo lo contrario a mí, pero se deleitaba escuchando mis relatos de los viajes que había realizado y de los lugares que conocí. Hacía muchas preguntas sobre mis continuos traslados y al final del interrogatorio solía quedarse reflexivo. Nunca supe que le pasaba por la cabeza en esos momentos. Nunca pregunté para no desterrarlo de su mundo abstracto.
Nos llevábamos muy bien con Camilo, él se comía las masitas de membrillo y yo las de dulce de leche; hacia de su estilista y él de mi psicoanalista; le escribía el repertorio de cada show y él me dedicaba las canciones que más le gustaban. Así fuimos llevando nuestra amistad.
Un mes antes de determinar cual sería mi destino, ya que el poco ahorro que guardaba estaba llegando a su fin, la peluquera comenzó a hacerme muecas cada vez que se hablaba de Camilo en el salón de belleza mientras yo barría cabellos teñidos cortados de las clientes. Al principio, no entendía ninguno de sus gestos, después comencé a sospechar que eran burlas guasas hacia una imaginaria relación amorosa entre Camilo y yo. Fue la razón de mi renuncia.
La tarde de otoño tomábamos té con galletitas de maicena en la confitería, sentados en la mesa cerca de la entrada, como de costumbre. Camilo me contaba sobre las canciones nuevas que quería incluir en su repertorio entretanto yo planeaba mentalmente mi próximo viaje. Cuando me solicitó una opinión sobre sus nuevos “tesoritos”, era así como llamaba a los nuevos covers, no supe qué decirle porque no le estaba prestando atención. Camilo era una persona bastante sensible a las opiniones ajenas, por lo que tenía que ser muy cuidadosa cada vez que comentaba algo sobre su profesión. Hice como que reflexionaba sobre el tema, mientras ideaba alguna frase que me hiciera escapar de la situación, pero no pude, y me tuve que disculpar y confesarle de anticipado que había decidido cambiar de hogar. Camilo me miró desconcertado, de repente dijo que tenía que ensayar, se levantó y se fue. Dejó la cuenta sin pagar. Nunca antes había pagado yo la cuenta.
Faltaban tres días para juntar las valijas y tomarme el colectivo que me transportaría al aeropuerto de la ciudad vecina, donde el avión más pequeño me llevaría hacia la urbe donde viven mi hermana y sus hijos. Quería disfrutar los últimos días de ese pueblo-ciudad que tanto me gustaba, más allá de las malas experiencias laborales que había tenido ahí. Lo tenía todo programado, en qué lugar desayunar, por dónde caminar, en qué pub tomar las últimas cervezas y había pensado hacerlo todo con Camilo, pues era él mi amigo. Esa mañana de jueves fui a buscarlo para tomarnos la chocolatada, pero no estaba, su vecina me dijo que había salido muy temprano. Recorrí en los lugares comunes a nosotros y lo encontré en la colina del parque, sentado en el pasto, solo, mirando la nada. Me acerqué despacio para no distraerlo pero me había reconocido mucho antes que yo a él. Lo saludé y me senté a su lado, sin decir nada. Camilo suspiró profundo y me miró fijo a los ojos, traté de descubrir que era lo que tenía guardado en su interior pero nada más dijo: -Vamos a desayunar.
A pesar de que nuestros paseos siempre fueron ralentizados por nuestras charlas desbordantes, ese día caminamos sin hablar aunque no fue un silencio incómodo. Pasamos mis últimos días recorriendo los rincones del pueblo, sacándonos fotos y riéndonos de las anécdotas. No me había dado cuenta, hasta esos días, lo bien que había pasado durante 9 meses en ese pueblo desconocido por muchos.
Camilo no quiso acompañarme a la terminal, tampoco insistí mucho, ya estaba acostumbrada a despedidas solitarias. El viaje fue tranquilo, no recibí ningún mensaje de texto en el celular, pues Camilo no tenia uno, ni siquiera una dirección correo electrónico, apenas un teléfono fijo mediante el cual hacia los contratos. Llegué al aeropuerto y tenía la esperanza de encontrarlo ahí, como una sorpresa, pero no, no estaba. Embarqué, volé y desembarqué donde mi hermana me esperaba con una sonrisa, hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Cuando llegamos a su casa y después del alboroto por mi llegada, disque el número del cantante. Nadie atendió. Intenté unas seis veces más durante ese día y nunca con buen resultado.
Mi hermana me mostraba entusiasmada su casa, la tarea de los chicos, los vecinos, la ciudad, y yo en lo único que pensaba era en Camilo, me preocupaba su ausencia. Probé llamarlo una vez más, y me atendió su vecina, me dijo que estaba de casera porque Camilo había viajado a la ciudad de al lado. Le pregunté cuál era el motivo y cómo estaba él.
- Mirá, parece que tiene un recital o algo así. Lo único que me pidió fue, que le riegue su planta. Él está bien, que se yo. Viste como es él, medio raro, su casa está llena papeles escritos por la mitad y algunos arrugados. Parece como que estaba queriendo escribir una canción. ¿Lo podés creer?
Le dejé mi saludo, el número teléfono de mi hermana y la dirección de mi nuevo domicilio.
Por varias semanas esperé su llamado hasta que mi atención se enfocó en la mudanza y mi nuevo trabajo. Por fin, había conseguido trabajo en un lugar que adoro: un café literario; eso fue suficiente para que retenerme por un tiempo considerable en un mismo lugar. Con el tiempo, me fui haciendo amiga del dueño, un muchacho joven y buen mozo, e hicimos una sociedad. Actualmente convivimos.
Pasaron varios años, y siempre había algo que me hacia acordar a Camilo, alguna canción o algún chiste sin gracia. Hace dos semanas mi hermana me llamó para avisarme que había llegado algo para mí. Fui más por curiosa que por otra cosa. Era una carta de Camilo, reconocí al instante la escritura del sobre, por la forma de la letra “A” medio enrulada en la colita. Abrí la carta desesperada y con una mezcla de sentimientos, miedo, alegría, desconcierto. No pude contener el mar de emociones que me recorrían el cuerpo cuando vi que era la partitura de una canción y más aún porque estaba escrita por él y porque la llamó como yo: Esperanza.
Quise contactarme con Camilo, pero su teléfono daba como si estuviera desconectado, por lo que le escribí una carta agradeciéndole por tan hermoso regalo. Espero que responda.
Hace unos días atrás la hice grabar por unos amigos músicos. La escucho en las mañanas. Es hermosa, aunque Camilo no la canta. Esta vez fue él quien expresó en un papel lo que tenía guardado detrás del cantante, y fueron otros que lo interpretaron tal como le hubiera gustado a él. Lo sé. El cantante cantó con el alma esta vez.

martes, 3 de mayo de 2011

Movida ciudad

Una ciudad calma se mueve a mí alrededor
Las nubes dejan salir al sol
El aire se desliza sobre el aire...lento
Bailes, despacito se forman en mi mente
Ondas de luz que permiten ver
Dejando al alma ser…fluyendo
Quiero quedarme en este sentir
Mis dedos tocando la vibración
Mientras la ciudad se mueve
Y el cielo dibuja con las nubes

Los verdes árboles escapan del gris
Mientras la ciudad corre por el fin
El concreto deslizándose sobre sí… ágil
Pensamientos aislados conectándose
Buscando una salida
Aquella que traiga paz…perpetua

Mis manos acarician el viento
Mientras el mundo se mueve
Y el cielo dibuja con las nubes
Y mi corazón canta lo que siento



lunes, 2 de mayo de 2011

Valentín

Con sus zapatillas de lona mal atadas, recorrió pateando piedritas la descampada estación de tren. Valentín, es un niño muy valiente y aventurero. Es observador y atento, le gusta escuchar los sonidos de la naturaleza por la noche, y detenerse a cada paso para mirar de cerquita a cada bicho que encuentra en sus paseos de explorador. Pero hoy, no. Hoy esta distraído, no ve la belleza del paisaje, de los hierros oxidados del tren abandonado, de los vagones desparramados en el campo y potenciales escondites de un niño con ansias de jugar. Hoy Valentín, no escuchó el canto de los pájaros, el silbido de los grillos ocultos en el pasto, del crujido del viento chocando el ferrocarril, del baile de las hojas de los yuyos que bordean la vía del tren.
En realidad Valentín, no es que esté distraído es que está inquieto con otro asunto. Un tema que lo preocupa, que lo deja un poco triste y sin esperanza. Su gran amor, su amor en secreto, la de los ojos color miel y cabello ondulado de color brillante como el trigo, la de mejillas color durazno y labios con forma de gomitas azucaradas sabor a cereza, tiene otro amor. Ella, que le prometía en cada suma y en cada resta una familia, un paraíso para los dos. Ella, que lo ilusionaba con viajes de luna de miel en cada dictado sobre la llegada de Cristóbal Colón. Hoy le rompió el corazón.
Valentín camina entre vagones, pasando sus deditos con astillas y encallados, de tanto trepar árboles, por el metal sucio. Con los ojos decaídos preguntándose el por qué de que ella, tan dulce y suave como el algodón dulce que hace el señor de la plaza del pueblo, lo habría dejado por aquel hombre. Ese “hombre” insulso, sin pelos de hombre en su rostro, peinado como un maniquí, vestido como mozo de restaurantes elegantes, a los cuales nunca había entrado, porque su abuelo decía que era exclusivo para gente con autos y no camionetas destartaladas, aunque a Valentín le pareciera el automóvil más genial que pudiera tener; ese hombre le rompió el corazón cuando la tomó de la mano a la salida de la escuela y le acarició los rulos de trigo. De su trigo.
Valentín la amaba en silencio, nunca dijo nada, ni siquiera a su abuela, quien era su confidente. Creía que si dijera algo, no se cumpliría su sueño de dormir recostado en el pollerón de su amor, que esconde esas piernas que parecen dos palos desteñidos por la lluvia y con los mimos suaves sobre su lacia cabellera. Creía, que ella se enojaría si revelara su amor mutuo a sus amigos o su abuela a quien suelen escapárseles los secretos ajenos, como cuando contó que al abuelo le dan miedo las palomas. Esa vez, el abuelo se enojó mucho con la abuela y Valentín no sabía qué hacer para que se reconcilien, pues no podía verlos así. Entonces, se le ocurrió un plan, a raíz de una película que vio su vecinita Cristina, una de esas pelis, que a él le parece tontas, donde el protagonista escribe una carta para su amada porque no se anima decirle en persona todo lo que la ama. Valentín, con ayuda de Cristina, escribió dos cartas de amor una dirigida al abuelo y otra a la abuela. Las dejaron en lugares específicos y personales de cada uno. La del abuelo la pusieron en la guantera de la camioneta y la de la abuela en la panera de la cocina. Gracias a esas cartas, los abuelos toman mate juntos otra vez, como siempre, en el hall a la hora en que el sol se pone.
Valentín pensó que si escribiera una carta para la Srta. Lucía, tal vez ella volvería a amarlo en secreto. Sólo que estaba tan devastado con tal situación que no tenía fuerzas para escribir, y no quería pedirle ayuda a Cristina, porque eso significaría contarle su secreto. Además, prefería no romper otro corazón, ya que él sabía que Cristina planeaba su vida de madre junto a él y un perro tipo Lazzy.
Cuando se cansó de darle vueltas al vagón, se sentó en el borde de hierro de la vía, y con un palito dibujaba espirales en la arena. Se recostó sobre sus rodillas mirando el horizonte, todo el peso de su cuerpo dolido sobre las piernitas de un niño deportista. Se sintió tan pequeño como la hormiga que caminaba sobre la punta de su pie. Se sintió tan vacío como aquel tacho dado vuelta. Sintió ganas de llorar. Su amor tenía otro amor. Todas esas caricias sobre su pelo cuando recitaba los versos enfrente de todos sus compañeros, todas las veces que agarró su frágil mentón cuando le llevaba una flor del jardín de la abuela, todas esas miradas de complicidad cuando decía un chiste en medio de un relato sobre la independencia; no fueron más que…nada. Nunca significaron nada. Nada más que eso.
Le estaba asomando una lágrima cuando sintió unos deditos finos sobre su hombro. Se exaltó del susto. Sorprendido y entre ojos vidriosos y el reflejo de luz, le pareció ver un ángel. Quedó atónito al descubrir que su vecinita tenía los ojos tan azules como el océano de los mapas mundi de la escuela, pero con un poco de picardía. Le parecieron los ojos más tiernos que vio jamás. Quedó turulato. Era Cristinita, pero estaba diferente, como iluminada por una luz propia.
Cristina se sentó a su lado sin decir una palabra, y comenzó a tirar piedritas a una roca lejana. Valentín la observaba. Por un lado, sentía el corazón agobiado y por otro como un revoloteo de mariposas en su panza. Le dieron ganas de tomarle de las manos. Cuando juntó el coraje para hacerlo, Cristinita dijo: - No estés triste. Ella se lo pierde. Además, dentro de unos años le aparecerán arrugas y va a estar tan vieja que no podrá agacharse para darte un beso en el cachete.
Cómo podía ser que ella lo supiese, nunca se lo había contado a nadie. Y la Srta. Lucía no es su maestra, no podría haber sido ella. Cómo lo supo. Cristina lo miró directo a los ojos y le hizo notar que siempre lo supo. Le hizo notar que ella lo conocía mejor que nadie, más que la abuela. Valentín estaba inmóvil con tantas revelaciones. De repente, pudo sentir un calorcito húmedo sobre su mano que se apoyaba en la vía, ella, como siempre, dio el primer paso.
Valentín es un niño valiente, pero siempre necesitó del desafío de su vecinita para lograr realizar alguna proeza. Hoy, nuevamente, Cristinita lo desafía con esos ojos grandes y esos dedos juguetones sobre su mano. Valentín, respira hondo y se acerca con impulso hasta chocar sus labios sobre la pequeña manzanita que tiene como boca. Cristina lo empuja, y se ríe con timidez. Lo arrastró de la mano y salió corriendo. Valentín, le devolvió la risa y corrió detrás de esa niña de vestido despintado y zapatos sucios.
Hoy Valentín tuvo un amor olvidado y un amorcito que floreció, porque siempre estuvo, en el fondo, siempre existió, sólo que estaba cubierto por la inteligencia y la experiencia de la maestra. Hoy, Valentín, se encontró en esos ojazos azules, y se vio recostado en su pancita de papel hasta dormir.