lunes, 23 de septiembre de 2013

en la enredadera

Con esos ojos grandes que la caracterizan, observó todo con el asombro de una niña. Estudió cada movimiento que las hadas hacían en la enredadera. Desde lo alto, entrelazadas en las hojas, extendían sus brazos y sus piernas quedaban en una posición armoniosamente estiradas. Con delicadeza se deslizaban entre los tricomas hasta llegar al suelo para tomar impulso y volver a flotar en el aire. Entre giros y nudos, bailaban en el silencio.
Ella trató de imitarlas. Despacito se fue despojando de sus pertenencias y con los pies descalzos llegó a la base de esa planta mágica. Suspiró profundo y levantó los brazos agarrandose fuerte de una de las hojas. Se impulsó con fuerza pero no podía subir. Lloró. Un hada la espiaba desde lejos, se acercó saltando entre las otras hadas. La miró a los ojos grandes, cristalizados, y la sopló. Sopló, con un aire místico. 
La niña de los ojos grandes estaba flotando con las hadas en la enredadera. Se quedó ahí por muchos meses, hasta que los brazos se cansaron y bajó lentamente. Descansó...

martes, 17 de septiembre de 2013

Hacia las constelaciones

Desde aquella nube bajaba triunfal. Sin ninguna duda, sin ningún temor. Piso levemente la tierra, enterrando un poco sus dedos en la tierra granulada. Caminó entre los árboles del parque. Sintiendo cada aroma que las flores proporcionaban. Escuchó cada sonido emitido. Caminó. Caminó hasta que no hubo más a donde ir.
Su vestido blanco ya no era blanco en sus bordes. Su pelo liso se había vuelto ondulado. Sus ojos verdes se contagiaron del marrón del suelo.
De repente, decidió sentarse en un banquito, en medio de una vereda vacía. Se sentó a esperar. Sin saber que esperar.
Su nube ya no pasaba más por ahí. Su entrada triunfante ya se había desvanecido. Quedó ella y nada más.
Descansó sus pies cansados, sus manos ahora ásperas, sus ojos exahustos de tanto ver.
Se sentó y esperó, pero nada pasaba. Hasta que un pájaro se posó en sus hombros y le susurró una canción. Inevitablemente, una sonrisa se apoderó de su alma. El pájaro, gris como las cenizas, la miró con un brillo de complicidad. A volar. Volar.
Extendiendo sus brazos, suspiró hondamente, y se dejó llevar por su espíritu y voló. El pájaro la guiaba.
Ahora su salida fue triunfalmente humilde. Hacia las constelaciones.