lunes, 2 de mayo de 2011

Valentín

Con sus zapatillas de lona mal atadas, recorrió pateando piedritas la descampada estación de tren. Valentín, es un niño muy valiente y aventurero. Es observador y atento, le gusta escuchar los sonidos de la naturaleza por la noche, y detenerse a cada paso para mirar de cerquita a cada bicho que encuentra en sus paseos de explorador. Pero hoy, no. Hoy esta distraído, no ve la belleza del paisaje, de los hierros oxidados del tren abandonado, de los vagones desparramados en el campo y potenciales escondites de un niño con ansias de jugar. Hoy Valentín, no escuchó el canto de los pájaros, el silbido de los grillos ocultos en el pasto, del crujido del viento chocando el ferrocarril, del baile de las hojas de los yuyos que bordean la vía del tren.
En realidad Valentín, no es que esté distraído es que está inquieto con otro asunto. Un tema que lo preocupa, que lo deja un poco triste y sin esperanza. Su gran amor, su amor en secreto, la de los ojos color miel y cabello ondulado de color brillante como el trigo, la de mejillas color durazno y labios con forma de gomitas azucaradas sabor a cereza, tiene otro amor. Ella, que le prometía en cada suma y en cada resta una familia, un paraíso para los dos. Ella, que lo ilusionaba con viajes de luna de miel en cada dictado sobre la llegada de Cristóbal Colón. Hoy le rompió el corazón.
Valentín camina entre vagones, pasando sus deditos con astillas y encallados, de tanto trepar árboles, por el metal sucio. Con los ojos decaídos preguntándose el por qué de que ella, tan dulce y suave como el algodón dulce que hace el señor de la plaza del pueblo, lo habría dejado por aquel hombre. Ese “hombre” insulso, sin pelos de hombre en su rostro, peinado como un maniquí, vestido como mozo de restaurantes elegantes, a los cuales nunca había entrado, porque su abuelo decía que era exclusivo para gente con autos y no camionetas destartaladas, aunque a Valentín le pareciera el automóvil más genial que pudiera tener; ese hombre le rompió el corazón cuando la tomó de la mano a la salida de la escuela y le acarició los rulos de trigo. De su trigo.
Valentín la amaba en silencio, nunca dijo nada, ni siquiera a su abuela, quien era su confidente. Creía que si dijera algo, no se cumpliría su sueño de dormir recostado en el pollerón de su amor, que esconde esas piernas que parecen dos palos desteñidos por la lluvia y con los mimos suaves sobre su lacia cabellera. Creía, que ella se enojaría si revelara su amor mutuo a sus amigos o su abuela a quien suelen escapárseles los secretos ajenos, como cuando contó que al abuelo le dan miedo las palomas. Esa vez, el abuelo se enojó mucho con la abuela y Valentín no sabía qué hacer para que se reconcilien, pues no podía verlos así. Entonces, se le ocurrió un plan, a raíz de una película que vio su vecinita Cristina, una de esas pelis, que a él le parece tontas, donde el protagonista escribe una carta para su amada porque no se anima decirle en persona todo lo que la ama. Valentín, con ayuda de Cristina, escribió dos cartas de amor una dirigida al abuelo y otra a la abuela. Las dejaron en lugares específicos y personales de cada uno. La del abuelo la pusieron en la guantera de la camioneta y la de la abuela en la panera de la cocina. Gracias a esas cartas, los abuelos toman mate juntos otra vez, como siempre, en el hall a la hora en que el sol se pone.
Valentín pensó que si escribiera una carta para la Srta. Lucía, tal vez ella volvería a amarlo en secreto. Sólo que estaba tan devastado con tal situación que no tenía fuerzas para escribir, y no quería pedirle ayuda a Cristina, porque eso significaría contarle su secreto. Además, prefería no romper otro corazón, ya que él sabía que Cristina planeaba su vida de madre junto a él y un perro tipo Lazzy.
Cuando se cansó de darle vueltas al vagón, se sentó en el borde de hierro de la vía, y con un palito dibujaba espirales en la arena. Se recostó sobre sus rodillas mirando el horizonte, todo el peso de su cuerpo dolido sobre las piernitas de un niño deportista. Se sintió tan pequeño como la hormiga que caminaba sobre la punta de su pie. Se sintió tan vacío como aquel tacho dado vuelta. Sintió ganas de llorar. Su amor tenía otro amor. Todas esas caricias sobre su pelo cuando recitaba los versos enfrente de todos sus compañeros, todas las veces que agarró su frágil mentón cuando le llevaba una flor del jardín de la abuela, todas esas miradas de complicidad cuando decía un chiste en medio de un relato sobre la independencia; no fueron más que…nada. Nunca significaron nada. Nada más que eso.
Le estaba asomando una lágrima cuando sintió unos deditos finos sobre su hombro. Se exaltó del susto. Sorprendido y entre ojos vidriosos y el reflejo de luz, le pareció ver un ángel. Quedó atónito al descubrir que su vecinita tenía los ojos tan azules como el océano de los mapas mundi de la escuela, pero con un poco de picardía. Le parecieron los ojos más tiernos que vio jamás. Quedó turulato. Era Cristinita, pero estaba diferente, como iluminada por una luz propia.
Cristina se sentó a su lado sin decir una palabra, y comenzó a tirar piedritas a una roca lejana. Valentín la observaba. Por un lado, sentía el corazón agobiado y por otro como un revoloteo de mariposas en su panza. Le dieron ganas de tomarle de las manos. Cuando juntó el coraje para hacerlo, Cristinita dijo: - No estés triste. Ella se lo pierde. Además, dentro de unos años le aparecerán arrugas y va a estar tan vieja que no podrá agacharse para darte un beso en el cachete.
Cómo podía ser que ella lo supiese, nunca se lo había contado a nadie. Y la Srta. Lucía no es su maestra, no podría haber sido ella. Cómo lo supo. Cristina lo miró directo a los ojos y le hizo notar que siempre lo supo. Le hizo notar que ella lo conocía mejor que nadie, más que la abuela. Valentín estaba inmóvil con tantas revelaciones. De repente, pudo sentir un calorcito húmedo sobre su mano que se apoyaba en la vía, ella, como siempre, dio el primer paso.
Valentín es un niño valiente, pero siempre necesitó del desafío de su vecinita para lograr realizar alguna proeza. Hoy, nuevamente, Cristinita lo desafía con esos ojos grandes y esos dedos juguetones sobre su mano. Valentín, respira hondo y se acerca con impulso hasta chocar sus labios sobre la pequeña manzanita que tiene como boca. Cristina lo empuja, y se ríe con timidez. Lo arrastró de la mano y salió corriendo. Valentín, le devolvió la risa y corrió detrás de esa niña de vestido despintado y zapatos sucios.
Hoy Valentín tuvo un amor olvidado y un amorcito que floreció, porque siempre estuvo, en el fondo, siempre existió, sólo que estaba cubierto por la inteligencia y la experiencia de la maestra. Hoy, Valentín, se encontró en esos ojazos azules, y se vio recostado en su pancita de papel hasta dormir.

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