miércoles, 11 de mayo de 2011

Marisa y el hombre imaginario

Camina por la avenida apretando los dientes, recordando detalles de esos días inusuales que ha vivido. Camina a un ritmo ligero pero sin prisa y sin compromiso. Su ropa colorida suaviza  la tiesura de su rostro. Lleva en su cartera todo lo que necesita, un cepillo de dientes, espejo, lápiz, entre otras cosas. Es precavida pero indecisa, tanto que aún no logra deducir cuál es su pasión, sin embargo le va bien trabajando como secretaria en una galería de artes.
A Marisa le gustan las plantas y los animales, con cierta preferencia hacia los gatos, mas, en su pequeño departamento no hay presencia de alguno de esos especímenes, haciendo de su casa un lugar carente. Sin embargo, desde hace algunos meses, 5 ó 6 más o menos, la casa dejó de ser tan solitaria, ya que Marisa decidió compartir diariamente la cama con su novio Pedro. Una decisión bastante determinante para ella, pues es meticulosa con sus decisiones y además nunca antes había planeado formalizar una relación amorosa. Marisa ya había escuchado muchas historias pasionales que acababan en dolor y traición, por lo que ella actuaba de forma cautelosa ante las peripecias del amor. No ha conocido muchos torsos masculinos desnudos, pero eso no es algo que la aflija. Marisa se distrae con poesía y arte, y como arte sabe apreciar la belleza masculina.
Fue Pedro quien se animó a dar el salto y puso punto final a tanto coqueteo. Marisa lo aceptó sin muchos titubeos. Para ella, Pedro es el hombre de sus sueños. Es tranquilo, bohemio, con estilo, le gusta la música clásica como a ella y ambos disfrutan quedar tirados en la cama después de hacer el amor, mirándose a los ojos hasta dormirse. De vez en cuando, les gusta salir a caminar sin rumbo alguno y contar cuantas palomas hay en la plaza. Marisa se enamoró de Pedro apenas lo vio. Pero hace unos días atrás, Marisa creyó que eso había cambiado, creyó que Pedro ya no era único.
Todo sucedió cuando él tuvo que hacer un viaje de negocios, debido a que la aseguradora en donde trabaja, estaba abriendo otra sucursal y era el responsable de organizar y hacer las selecciones definitivas del personal nuevo. Como a Marisa no le gustaba acompañarlo a esos viajes, había decidido quedarse y participar de unas reuniones sobre Yoga, pensando que, quizás, la ayudasen a encontrarse consigo misma y decidir su vocación.
Se despidieron fervientemente y se separaron a duras penas. Al otro día, Marisa llegó temprano al hotel donde se realizaban las charlas. La primera de la mañana trataba sobre los mantras y Marisa aguantó unos 15 minutos escuchando cantar a los participantes. Cuando estaba a punto de dormirse, salió a respirar un poco de aire fresco y húmedo. Le extrañó ver un hombre, unos 20 años mayor que ella, fumando en el césped, mirando el lago a lo lejos. El hombre sintió la mirada fija de Marisa y para cortar cierta incomodidad se disculpó por el cigarrillo diciendo:
-          Disculpa por el humo, pero no aguantaba más estar allá dentro, tuve que salir a fumar. Mi mujer me mando acá para que lo deje, pero la verdad, yo vine a descansar. Y fumar me relaja.
Marisa le sonrió cómplice, le había parecido un hombre muy atractivo.
Ese día, después de varias charlas, la concurrencia salió a cenar con el fin de conocerse más, ya que la mayoría provenían de otras ciudades y se hospedaban en el hotel. Fueron a un restaurant bastante elegante, donde comieron vegetales condimentados  y bebieron tés de varios tipos. Algunos de los concurrentes eran yogis de verdad, otros estaban comenzando; otros, como Marisa, iban a distraerse tratando de buscar el rumbo de sus vidas, y otros, como aquel hombre, fueron a descansar.
Al siguiente día, Marisa preparó café para llevar al seminario, pero la monotonía de los discursos inducía a un sueño capaz de superar cualquier efecto de la cafeína. Tuvo que salir de esa sala viciada. En el patio se volvió a encontrar con el fumador compulsivo, se sonrieron e iniciaron un dialogo estructurado. Marisa supo que su nombre era Iván y que trabajaba como arquitecto hacia más de 15 años. Iván hablaba utilizando palabras delicadas pero precisas, con cierto aire a profesor, movía las manos en círculos, únicamente cuando quería dar los detalles sino las guardaba en los bolsillos. Su aliento a tabaco ocultaba cualquier perfume que pudiera tener. Vestía como hombre de edad avanzada, camisetas blancas, zapatos negros, pantalones de vestir y peinado al costado. Marisa se sentía admirada por tanta elegancia sobresaliendo de esa vestimenta sin gracia, principalmente cuando hablaba con alguna dama. Iván era muy seductor y Marisa se vio tentada a escuchar frases de elogio.
Después de dos días de vanas presentaciones ascéticas, de oír una voz masculina loar a su oído y ver como compartía el sonrojo con otras mujeres, Marisa comenzó a sentir una leve quemazón en el pecho cada vez que veía a Iván acercarse. Lo cual lo hacía con frecuencia, pues él la encontraba atractiva a pesar de sus pequeños pechos, percibía en ella una sensualidad oculta en esas curvas poco pronunciadas y le gustaba hacerla ruborizar. Marisa sabía controlar sus movimientos, pero no el corazón. Ella sabía que estaba entrando en un territorio peligroso, sobretodo porque Pedro no la había llamado e Iván la adulaba con un lenguaje sutil y por momentos, con doble sentido. Marisa sintió deseos de abrazarlo fuerte y quedarse así por un buen tiempo. Ella había encontrado seguridad detrás de esas palabras embrolladoras y delicadas, había visto más allá de las miradas profundas de Iván, y esos cabellos blancos que se asomaban entre los castaños le daban serenidad. Marisa estaba confundida, por un lado se encontraba Pedro, el hombre que la ama, y por otro, Iván, de quien tenia fantasías armadas acerca de su cotidianeidad.
Las charlas, los cánticos y posiciones incómodas habían llegado a su fin. Muchos se sintieron satisfechos con la encuentro de yoga, excepto aquellos que quedaron doloridos con las posiciones extremas. Marisa no había participado de todas, prefirió conversar con Iván sobre las estructuras de edificios, decoración de interiores y muchas otras cosas irrelevantes.
En el camino de retorno, Marisa llevaba una opresión en el pecho, hubiese querido apoyar sus labios sobre los de Iván. Él la había despedido con un beso profundo sobre su mejilla recordándole lo linda que la encontraba. Marisa llegó a su departamento, se sacó los zapatos y se recostó en la cama que aún estaba fría, porque Pedro no había regresado aun. Había vuelto con más dudas que con las que había ido. Miraba al techo y una tímida lágrima se escapó de sus ojos, pensaba en él, Iván. A ella le hubiese gustado descansar en sus brazos peludos y sentir sus dedos deslizarse en el pelo. Quedarse así por mucho tiempo…una eternidad, tal vez. Apenas si recordaba el rostro de su novio, pero sabía bien como eran las muecas de Iván, con que intensidad le brillaban los ojos, cuál era el timbre de su voz, cómo se torcían sus labios cuando reía, y cómo se arqueaban las cejas cuando coqueteaba. Marisa quería dormirse sobre su pecho, y ni siquiera sabía cuál era la distancia entre sus tetillas, ni cuan profundo era su ombligo y sin saber si tenía alguna cicatriz. Quería refugiarse en él sin siquiera conocer el enredo de sus vellos ni el tamaño de sus pies, sin saber cuan ásperas son sus manos y como le gusta el café de la mañana.
Marisa siempre ha sido fiel, pero más que por respeto a su pareja por no ser hipócrita a su estado social y a ella misma. Se negó a cualquier tentativa de traición, sin embargo le hubiese gustado saber si la boca de Iván tenía sabor a tabaco y rudeza, si sus mejillas eran suaves y si su mentón era tan duro como parecía.
Lloró por la impotencia que el destino le proporcionaba. Ella en una cama solitaria, él regresando con su mujer e hijos y Pedro que no llegaba. Tanto sentir sin sentido. Le ardía el pecho, se le hacía un nudo en el estómago y su llanto fue más profundo hasta que se durmió. Soñó con aquel hombre que la sedujo con su presencia, que la sedujo desde el momento que lo vio parado en el infinito. Se durmió amando a un hombre que no existe, que era parte de una alucinación que se aprovechó de su susceptibilidad. Lloró en sus sueños por no poder tocar a ese hombre imaginario. Lloró por la ambigüedad de toda la historia.
Despertó por un beso en la frente, era Pedro quien había regresado. Marisa nunca se sintió más aliviada al ver que podía tocarlo. Pedro se acostó a su lado y la acarició hasta que Marisa volvió a dormirse sonriendo. Podía sentir el cuerpo de Pedro apoyarse en el suyo y fue un arrorró.  
Hoy camina por la avenida recordando los detalles de ese pasado reciente, que aun no discierne si fue verdad o no, o si, simplemente fue un sueño. Recuerda las lágrimas, la seducción y el beso de Pedro. Recuerda un señor elegante, seductor y el beso de Pedro, pero no recuerda con exactitud los fragmentos de los días pasados. Es como si todo fue un sueño. Camina a paso ligero, con sus colores vivos, riendo de lo cretina que puede ser la vida. Es un hombre real quien la abraza por las noches, es Pedro su amor palpable, su cable a tierra y su escalera al cielo.
Aquel hombre imaginario le despertó otro sentir. Nunca creyó que podía encantarse por alguien que recordaría como un sueño. Nunca se hubiese imaginado que tanta impotencia pudiera arder, nunca pensó que una alucinación pudiera confundirla aun más y desear recostarse en una “imagen”.
No sabe si aquellos días realmente ocurrieron, o no; sólo sabe que al llegar a su casa se dormirá en los besos verdaderos, tangibles y dulces de Pedro.

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