lunes, 23 de septiembre de 2013

en la enredadera

Con esos ojos grandes que la caracterizan, observó todo con el asombro de una niña. Estudió cada movimiento que las hadas hacían en la enredadera. Desde lo alto, entrelazadas en las hojas, extendían sus brazos y sus piernas quedaban en una posición armoniosamente estiradas. Con delicadeza se deslizaban entre los tricomas hasta llegar al suelo para tomar impulso y volver a flotar en el aire. Entre giros y nudos, bailaban en el silencio.
Ella trató de imitarlas. Despacito se fue despojando de sus pertenencias y con los pies descalzos llegó a la base de esa planta mágica. Suspiró profundo y levantó los brazos agarrandose fuerte de una de las hojas. Se impulsó con fuerza pero no podía subir. Lloró. Un hada la espiaba desde lejos, se acercó saltando entre las otras hadas. La miró a los ojos grandes, cristalizados, y la sopló. Sopló, con un aire místico. 
La niña de los ojos grandes estaba flotando con las hadas en la enredadera. Se quedó ahí por muchos meses, hasta que los brazos se cansaron y bajó lentamente. Descansó...

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