lunes, 16 de junio de 2014

Reposo al alma

Desperté durante la noche, sudada, con el intestino gritando de dolor. Ganas de vomitar. Fui corriendo al baño, el piso estaba frío como aquella mirada de la mujer en la fila del supermercado. Me hice masajes en la panza, pensando que podría haberme hecho mal. Las ganas de vomitar comenzaban a empeorar.
Había comido lo mismo que el resto, nadie estaba descargando su flora bacteriana hacia el desague. El agua, pensé, quizás estaba contaminada. Y las ganas de vomitar aumentaban y los minutos pasaban. De repente, una cucaracha estaba caminando por el borde de la alfombra que mi madre, con tan delicado modo, la había acomodado en el toilet. No me dio asco.
Sentí que mi interior se había limpiado, quedado vacío. Bueno, sería el momento de vomitar, pero cuando me posicioné para realizar tan instintivo mecanismo, quedé estática. No eran vómitos viscerales. Eran de más de adentro. 
Mi espíritu no puede soportar más todo lo que vengo tragando. Mi sistema inmune tampoco, todo agente externo prolifera en mi cuerpo agotado. Mi cuerpo y alma no soportan más lo que me estoy tragando.
Tragándome la incertidumbre de mi futuro, el conflicto de mi pasado, y la desilusión del presente. El futuro desarraigo, la cruel adolescencia del pasado y mi presente soledad.
Mi espíritu quiere vomitar disconformidad de tantas reglas sociales; vomitar dudas existenciales; vomitar preguntas del tipo porque y para que; vomitar mis dolores; vomitar mis trastornos, mis enojos, la tristeza que me genera el egoísmo y la vanidad; vomitar mis sentimientos, sacar para fuera la bola de amores-odios de mi pecho.
Me sequé las lágrimas y volví a la cama. No podía hacer nada, mas que reposo para el alma. Me acosté en posición fetal y me dormí escuchando aquella música que el hombre que mejor me conocía había escrito para nosotros. 
Reposé el alma.

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