Hoy voy a escribir mi historia. En mi historia no hay guerras, ni monjes, ni nacimientos de gorilas, ni accidentes de autos. En mi historia hay tambores, hay hojas verdes, hay tero-tero, hay mosquitos, grillos y tereré. Comienza con mi nacimiento, pero esa parte no me acuerdo, según mi mamá fui un bebé tranquilo. Recuerdo sí, que en mi niñez, jugaba en el árbol de durazno, era mi nave espacial y yo viajaba por los multiversos, a veces solo sobrevolaba los eucaliptos y pinos que se veían desde lo más alto de duraznal. El árbol de mango era una casa. El patio era la puerta hacia mi expediciones.
La adolescencia fue dura, era vivir entre la realidad de los demás y la mía. Dejar las fantasías para encajar entre mis pares, fue traumático, y se reflejó en mi constante mal humor. Sin embargo, nunca dejé de jugar, lo hacía cuando nadie me veía. Escribía novelas románticas en mi cuaderno que la escondía en una caja de zapatos, basándome en mis pequeños romances. Me fui descubriendo, no encajo y no me importa, me divierto conmigo misma.
La facultad me dió amigos de verdad. Descubrí el amor. Aquel que te salva, que te hace volar. Mis alas comenzaron a tomar forma, pero seguía de mal humor. Mi primer vuelo sucedió hace algunos años, sin embargo, ocurrió un accidente aereo, porque mi vuelo se estrelló, me estaba convirtiendo en adulta sin infancia, dejé de jugar. Hasta que un día, me miré al espejo y me vi perdida en el mundo de los adultos. Ahora, estoy volviendo a mi realidad, a jugar cuando nadie me ve.
Yo sé que vos me viste jugando, y un ratito te animaste a jugar conmigo y después te asustaste, no sé porque, pero bueno, yo sigo jugando, así que, animate, soltá ese mundo de responsabilidades superfluas. Vení a jugar conmigo, y vamos a crear un mundo mejor, real, de amor.
Mi historia no termina acá, todavía tengo mucho que hacer, mi mal humor sigue creciendo y voy a tornar ese mal humor en energía luchadora. Algún día entenderan lo que quiero decir con eso.
Fin.
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