viernes, 31 de octubre de 2014

Mirarse a los ojos

Ahí estaban otra vez, mirándose a los ojos.

Se encontraron en la heladería, Javier pidió um helado de pistacho y crema, Paula pidió de dulce de leche y coco. Se sentaron en la vereda y conversaron, hacía unos meses que no hablaban.

Si el tempo fuera más lento, si los segundos durasen lo que duran los minutos y los minutos lo que duran las horas, sería posible ver cada pequeño gesto, como se mueven los ojos cuando observan, como la boca hace muecas con el deseo de besar, como los dedos dispersan las partículas del aire cuando las manos se mueven al hablar. Sería posible ver los auras mezclándose.
Paula y Javier se miran a los ojos, y lo etéreo chispea entre ellos.

Caminaron por el barrio, contándose anécdotas. Javier se aguantaba las ganas de jugar con las finas trenzas de Paula, y ella entrelazaba sus dedos para atajar su mano  que se escapaba hacia la mano de él.

La dualidade interna, el yin yang de los deseos. Querer explotar y desear no esparcirse en polvo. Dejar salir todo lo que pensamos y callar lo que sentimos. Miedo y coraje. Coraje y miedo.
Javier acarició el brazo de Paula, cuando sus pieles se rozan, el epitelio revive.

Llegaron a la casa de Paula, quedaron parados en frente del portón. Javier tenía que irse a hacer un deber social. Se abrazaron, Paula besó el cuello de él, y Javier besó el hombro de ella.

Si pudiera decirle cuánto lo extrañaba. Si pudiera decirle que su sonrisa lo hacía feliz. Si pudiera decirle que no quería que se fuera más. Si pudiera decirle que no sabía que hacer con todo lo que los separaba. Si pudiera darle todo el amor que se había sembrado. Si pudiera sacarle toda la tristeza de sus ojos. Si pudiera decirle que quería tomarla en sus brazos. Si pudiera decirle que quería ser tomada en sus brazos. Si pudieran detener el tiempo.

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