Hace unos
meses estuvo en una esquinita, con la espalda fría y las manos vacías. De a
poco se fue recuperando, las rodillas se extendieron y estiró los brazos como desperezándose.
Ya no tiene los ojos cristalizados, ahora puede ver los rayos de sol entrando
por la ventana.
Los libros
fueron cambiando de autores, las zapatillas desgastándose. La panza se llenó de
nuevos sabores y el pecho de nuevos abrazos.
Suele
tardar, pero la calma llega, la claridad de las ideas, el perdón, la auto
reconciliación llegan. Con el tiempo, uno vuelve a ser su propio amigo.
Pasaron algunos
meses que se consumieron en lágrimas, tristezas; hoy comienzan a consumirse en
sonrisas, inspiración, en una nostalgia futura y un presente viviente. La
esquinita fue dejada en su lugar, ella salió a pasear.
Tiene todo lo que hoy necesita. A sí misma.
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