jueves, 11 de septiembre de 2014

Danza aerea.

Me paré con los pies firmes, frente a tu majestosa liviandad. Sos de un rojo sangre y tu entramado resistente pero flexible. Extendí mi mano y te acaricié, sentí tu textura y tu historia, cuanto tiempo cargando tantos cuerpos. Te agarré con las dos manos, me impulsé y mis pies se enredaron en tus extremos fluctuantes. Como una oruga fui subiendo por vos hasta llegar a tu otro extremo atado a una barra de hierro, para que ni vos ni yo caigamos en el insulso suelo. Solté mis pies y volví a enredarte el derecho en una llave, te abrí en el medio, separé tus dos alas y me senté en ellas para descansar y hacernos girar. Desarmé la posición, y haciendo un arcoíris con mis piernas por el aire, te liaste en mi cintura y me dejé pesar. Te tomé de aquel extremo libre para que me contornees la pierna izquierda. Extendí mis piernas al techo y mis brazos al suelo, me dejé deslizar por tu torso y nuestros nudos formados no dejaron que toque el piso. Me fui erguiendo y otra vez una llave en el pie, pero esta vez dejé que una de tus colas me abrazara por atrás, entonces mi pierna suelta se extendió rozando tu tenso cuerpo, Colgué mis brazos. Alcé las piernas. Giré hacia el otro lado. Nos enredamos más. No me dejaste caer. Solté los nudos. Me sostuve de las manos. Llaves en cada pie con cada extremo. Piernas al techo. Brazos hacia el suelo. Fuimos invirtiéndonos de posiciones. Enredadas y libres. Apretándome y soltándome. Subiendo y cayendo sin tocar el suelo. Siempre unidas. Entre tantos movimientos fuimos creando una danza, que solo vos y yo supimos bailar. En el aire. Bailando.

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